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jueves, noviembre 21, 2024

¿Por qué fracasa Latinoamérica?

Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, ganadores del Premio Nobel de Economía este año, afirman que la debilidad institucional es la clave que lleva a los países al fracaso. ¿Qué le espera a América Latina en ese tema, cuando justamente las instituciones se deterioran?

Escrito por Connectas

Hace algunos días, la Academia Sueca reconoció con el Premio Nobel de Economía a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por sus investigaciones sobre la influencia del capital institucional en el desarrollo económico de los países. Los economistas, que llevan años estudiando el origen del poder, la prosperidad y la pobreza, encontraron que cuanto más débil son el Estado de derecho y las instituciones, menor es la posibilidad de que las sociedades alcancen el progreso económico.

Aunque buena parte de la investigación se centró en África, hay elementos que permiten adivinar las posibles claves del fracaso de América Latina a la hora de concretar las reformas para crear una región más próspera. Hay evidencia formal de que el subcontinente distribuye tan mal la riqueza y genera tan pocas mejoras en las condiciones de vida, que está entre las regiones más desiguales del mundo.

La misma semana en que se conoció la noticia del galardón al trío de economistas, el Banco Mundial publicó un detallado estudio que concluye que el progreso no está llegando a todas partes, y que Latinoamérica y África tienen los peores resultados en cuanto a reducir la pobreza y la inequidad. Para Robinson, la razón del resultado latinoamericano es más que clara: “no veo evidencia de progreso institucional”, dice. Y no solo faltan señales, sino que las perspectivas son pesimistas.

La crisis institucional se ha extendido por el subcontinente. No hay que escarbar mucho para encontrar varios ejemplos en los que el Estado de derecho está sufriendo las consecuencias de modelos cada vez menos democráticos y también más populistas. Por citar solo algunos ejemplos, desde hace meses Bolivia vive una fuerte pugna entre el presidente Luis Arce y el exmandatario Evo Morales, quien quiere volver al poder, aunque legalmente no puede hacerlo. En Centroamérica, el salvadoreño Nayib Bukele ganó la reelección a inicios de año, en contra del mandato constitucional que le impedía acceder a un segundo período. En México, el expresidente Andrés Manuel López Obrador dejó aprobada una reforma que abre el camino para la politización del poder judicial. Y en Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde se confunden el rol del Estado, del Gobierno y del partido dominante, ya no existe la independencia de los poderes.

Esas distorsiones, que parecen solo una cuestión política, terminan teniendo consecuencias sobre la capacidad de los Estados para resolver las necesidades básicas de los ciudadanos. Fue justamente lo que demostró el equipo de economistas Nobel. Para probarlo, comenzaron por definir los dos modelos institucionales predominantes: uno inclusivo, con reglas que crean incentivos y oportunidades muy amplias para las sociedades, y otro extractivo que concentra las oportunidades en manos de pocas personas y en detrimento de la sociedad en general.

Robinson explicó a CONNECTAS que en América Latina predomina el modelo extractivo, que tiene su origen en la época en que las colonias española, portuguesa y francesa dominaban la región. Así que la cultura de la desigualdad está muy arraigada en las instituciones. “América Latina todavía lucha por liberarse de su historia de instituciones extractivas. La imagen general ha sido de mucho progreso, en términos de construir instituciones políticas más inclusivas, pero el progreso ha sido muy limitado. Esa es una de las grandes dificultades: construir una democracia funcional y desarrollar instituciones estatales”, explica el economista.

Se trata de una idea que en sí no es novedosa. Ya otros expertos la han esbozado en el pasado como, por ejemplo, el ganador del Nobel de Economía de 2001, Joseph Stiglitz.

Para Robinson, hay “una enorme persistencia de la desigualdad y niveles muy bajos de movilidad social” en América Latina, e incluso algunos países van en reversa, como Venezuela. Y en Argentina, donde Javier Milei quiere implantar su ultraliberalismo, el reconocido economista vislumbra una catástrofe. “Las tasas de pobreza ya están disparándose. Milei tiene una idea utópica, completamente ideológica, que está fuera de sintonía con la sociedad argentina, y todo se ha vuelto tan polarizado debido a esta lucha. Creo que va a ser catastrófico para Argentina, y es triste”, afirma.

Las reformas van en cámara lenta

El informe del Banco Mundial se titula “Reporte de la Pobreza, Prosperidad y el Planeta: caminos para salir de la policrisis”. Allí, la institución multilateral dice que la inequidad y la pobreza están tan arraigadas en el mundo que se necesitará más de un siglo para acabar con ellas. Además, asegura que no se logrará la meta de reducir a la mitad para 2030 la miseria extrema –la proporción de personas que viven con menos de 2,15 dólares al día– algo a lo que se habían comprometido los países a través de la Agenda 2030.

El Banco Mundial señala que más del 80% de los países latinoamericanos tienen altos niveles de inequidad, y que Brasil, Colombia, Panamá y Guatemala lideran el ranking. El informe revela que el ritmo de las reformas para repartir mejor la riqueza se ha desacelerado y que eso provoca que la inequidad se mantenga alta en América Latina, el Caribe y el África Subsahariana.

Antes de ese informe ya el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) había publicado un estudio en el que hablaba del escenario tan complejo que representa la desigualdad en la región. La institución regional reportó que el 10% más rico de la población latinoamericana tiene ingresos 12 veces mayores que el 10% de los más pobres. Agregó que en Colombia, Chile y Uruguay el 1% de la población controla entre el 37% y 40% de la riqueza nacional, mientras que la mitad más pobre sólo controla una décima parte de la riqueza. En conclusión, pocos se reparten mucho dinero.

Al menos sobre papel, la fórmula para lograr romper con la pobreza y la desigualdad no es un secreto. Expertos llevan años diciendo que se necesita un mejor acceso a la educación de calidad, reducir la desigualdad en la nutrición y atención sanitaria en los niños, ampliar el acceso a los servicios públicos básicos y reducir la delincuencia. La traba siempre termina en la poca capacidad de las sociedades para adelantar esas reformas y crear espacios de igualdad ciudadana.

El ganador del Nobel de Economía afirma que en ocasiones el propio sistema se resiste al cambio, y que allí está el verdadero reto. La propia debilidad institucional es clave porque provoca la persistencia del modelo extractivo. “Absolutamente, el sistema resiste. Hay momentos en los que la gente llega con una visión, pero las instituciones extractivas terminan imponiéndose”, explica Robinson.

Por eso, recuerda el caso de México con López Obrador, quien llegó a la presidencia para romper con la hegemonía bipartidista en nombre de sectores de la población que no estaban representados. “Creo que el panorama general es que América Latina ha estado estancada en la misma situación durante 200 años. Incluso donde ha habido cambios democráticos, como en México, o Colombia en este momento, ha tomado una forma muy populista que es algo antagónica a la construcción de instituciones. Si observas lo que está haciendo el expresidente López Obrador en México y lo que la presidenta Scheinbaum promete hacer, están desinstitucionalizando el Estado. Eso está sucediendo en Colombia y ya ocurrió en Venezuela con desastrosas consecuencias”, señala. Algo similar ocurrió con Evo Morales en Bolivia, quien llegó con la promesa de la inclusión indígena. “Al final, fue un líder visionario que, una vez en el poder, solo quiso concentrar el poder en sí mismo y crear un régimen personal”, dice.

Esos casos se han replicado en la región en todas las épocas. “Lo hemos visto tantas veces en la historia de América Latina: hay ventanas de oportunidad y cambios, pero siempre se falla en el último paso”, lamenta Robinson. Por eso destaca las excepciones de la región: Chile, Costa Rica y Uruguay que fueron capaces de romper con sus modelos extractivos y darle paso a marcos institucionales más robustos e inclusivos. Lo lograron en contextos democráticos en los que los ciudadanos se unieron en torno al objetivo de lograr construir sociedades más inclusivas. Ni más, ni menos.

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